En abril se celebra el Día de la Tierra. Al igual que en las últimas décadas, hay poco que celebrar este año, pues los gravísimos daños que seguimos infligiendo en ella siguen afectando sus ecosistemas naturales; amenazando cada vez más su biodiversidad con las tasas de extinción de especies ocasionadas por la acción de los humanos alcanzando niveles exorbitantes. Pero el ser humano no es ajeno a este deterioro de nuestro planeta y lo que hacemos nos afecta de gran manera, especialmente, a aquellas poblaciones que tienen una interacción más estrecha con la naturaleza: poniendo en riesgo sus medios de vida y erosionando su cultura.
Sumado a todo esto, tenemos al cambio climático que exacerba aún más estos efectos sobre nuestro “hogar– La Tierra).” Hace pocas semanas se publicó el Sexto Reporte del IPCC con datos poco alentadores, donde se resalta que los impactos del cambio climático serán más severos de lo que se esperaba y generalizados a nivel de todo el planeta, si no se reduce la emisión de los gases de efecto invernadero (GEI) a la mitad. Esto ya no es algo hipotético, es una realidad que la estamos viviendo día a día. A diario vemos que en una parte del planeta se experimentan olas de calor inusitadas, incendios forestales que consumen hectáreas y hectáreas de bosque, en tanto que en otros lugares las inundaciones causan destrucción en ciudades, cultivos e infraestructura.
Uno de los impactos más fuertes se siente en la provisión de agua para las poblaciones, tanto para su consumo como para las prácticas agrícolas, ganaderas o generación de energía. La seguridad alimentaria, especialmente de las poblaciones más vulnerables, se ve día a día más en riesgo; las migraciones climáticas aumentan por las duras condiciones que se están presentando y lo seguirán haciendo de manera más intensa en el futuro. Otro desafío que también se enfrenta por el aumento de la temperatura por el cambio climático, es la ampliación en el grado de distribución de enfermedades transmitidas por vectores, lo que pone una presión adicional en las poblaciones, nuevamente con efectos más negativos en aquellas poblaciones más vulnerables con menor capacidad de respuesta ante estos desafíos.
El cambio climático tiene también efectos devastadores sobre ciertos ecosistemas y especies más vulnerables como los páramos, arrecifes de coral y algunas especies de anfibios, entre muchos otros. Las afectaciones en estos ecosistemas tienen también un impacto negativo muy alto en el ser humano al ser los páramos los proveedores de agua, no solo para las comunidades aledañas sino para grandes ciudades como Quito; los arrecifes de coral son fundamentales para la economía local por ser los principales atractivos para el turismo, por ejemplo, en el Caribe.
La pandemia que experimenta la humanidad representaba una oportunidad para replantear nuestro estilo de desarrollo, de una manera más sostenible, más respetuosa con nuestro hogar; los ciudadanos podíamos demandar de nuestros gobernantes este cambio de estilo, pero nuevamente perdimos esa oportunidad; como humanidad no aprendimos la lección y se está volviendo a los patrones descontrolados de desarrollo. Si bien nos hemos demorado en tomar acciones decisivas para enfrentar las causas del cambio climático, y puede que estamos ya al filo del punto de no retorno, no podemos quedarnos impávidos, debemos tomar las acciones en nuestras manos: cada persona puede contribuir desde su realidad en esta lucha, con pequeños o grandes actos.
Autor: Elba Fiallo – Pantziou, Directora del Proyecto La Fuente